Declarado Monumento Histórico Nacional, el edificio ubicado en el Barrio de Retiro fue construido en 1936 por una venganza. Al menos así lo indica una interesante leyenda urbana.

Al 1.000 de la calle Florida, frente a la Plaza San Martín, en el Barrio de Retiro, se alza uno de los edificios que conforman el rico patrimonio arquitectónico de la Ciudad de Buenos Aires. Es el Edificio Kavanagh, que nació en 1936 y con sus 120 metros de altura se transformó en el edificio de hormigón armado más alto de Sudamérica.

Alto y también sofisticado, ya que fue el primer edificio para viviendas de Buenos Aires, en total 105, que contó con equipo de aire acondicionado centralizado. Construido por los arquitectos Gregorio Sánchez, Ernesto Lagos y Luis María De la Torre, fue levantado de cara al Río de la Plata, con la forma similar a la proa de un barco y con una edificación escalonada que dio lugar a terrazas y jardines.

De estilo racionalista, consta de un bloque central al que se le adosan, dos menores, y a estos, otros dos más pequeños. Hermoso por fuera y por dentro, los departamentos tienen la particularidad de ser todos distintos y de poseer palier privado. Fue construido con 3 ascensores, 5 entradas independientes, 5 escaleras, una pileta, talleres de lavado y planchado, cámara frigorífica para pieles y alfombras, sistema telefónico central y depósitos de seguridad.

En aquellos años, la excéntrica y vanguardista dama de origen irlandés Corina Kavanagh, su propietaria, se reservó para ella el piso 14° de setecientos metros cuadrados, dispuestos en un único departamento con vista en 360 grados, al Río de la Plata, plaza San Martín, Puerto Madero y el resto de la Ciudad.

Historia

La leyenda urbana indica que la construcción del edificio tuvo un origen peculiar que mezclaba una historia de amor, con dos familias separadas por el egoísmo y la venganza. Así es que la única condición que puso Corina Kavanagh a los arquitectos que lo idearon fue que el edificio tapara a la hermosa iglesia del Santísimo Sacramento, que la Familia Anchorena había construido hacia 1920 para utilizarla como sepulcro familiar. El Palacio de los Anchorena -otro edificio simbólico para la ciudad, punto de encuentro de importantes reuniones sociales, como el baile del Centenario de la Independencia en 1916 y hoy sede del Ministerio de Relaciones Exteriores- estaba justo del otro lado de la Plaza San Martín, y la vista desde el Palacio a la Iglesia era magnífica.

Sin embargo, dueña del solar que separaba ambas propiedades de los Anchorena, Corina Kavanagh decidió hacerse notar. ¿El motivo? Aunque muy adinerada, la mujer no pertenecía a una familia patricia, y no tomó a bien el desplante de la ilustre familia Anchorena que no aceptó el romance de uno de sus hijos con una de las hijas de la familia Kavanagh por su condición de no tener apellido noble. Aunque enamorado, el joven aceptó mansamente la decisión familiar, situación que devastó a la jovencita. Su madre sintió el oprobio social pero no se amilanó. En unos pocos meses vio su objetivo cumplido. Hoy, para mirar de frente a la basílica es necesario pararse en el pasaje que también pertenece al edificio, y que se llama Corina Kavanagh.

Desde 1999 el Kavanagh es Monumento Histórico Nacional, y en 1994 fue distinguido como “hito histórico internacional de la ingeniería” por la Asociación Estadounidense de Ingeniería Civil, y compartió el galardón con la Torre Eiffel, con la Represa de Assuan y con el Canal de Panamá.